17.11.11

Artículo de opinión. LA SANIDAD PÚBLICA

Por Francisco Sanchis Gadea

Hace algunos años me encontraba en tierras catalanas realizando las milicias universitarias cuando me sobrevino un serio problema ocular que me obligó a posponer, por espacio de algunas semanas, mis obligaciones contraídas con el Ministerio de Defensa. Por razón del seguro médico que teníamos suscrito fui atendido en una prestigiosa clínica privada donde sus encorbatados servicios médicos diagnosticaron una errónea patología. El agravamiento de la situación me llevó a acudir, por urgencias, al Hospital Clínico de Valencia. Me observó un joven médico, muy amable, imberbe por aquel entonces, que acertó plenamente su diagnóstico al describir una desconocida iritis hipertensiva. Actualmente, además de un buen amigo, es uno de los oftalmólogos más prestigiosos de la Comunidad Valenciana que presta sus servicios en un Hospital público e imparte sus conocimientos en una Universidad, también pública. Es evidente que una generalización acarrearía injusticia pero tan solo trato de ofrecer una pequeña reseña de la eficacia de nuestro sistema sanitario público y la capacidad de sus profesionales.
En estos días se esta hablando, sobremanera, sobre la sanidad pública, su enorme deuda, cuestionado su viabilidad, a medio plazo, si no se adoptan medidas urgentes y drásticas, proponiéndose diversas soluciones, privatizaciones y recortes, para salvaguardar su continuidad presente y futura. Es cierto que, generalmente, la gestión en la empresa privada ha ofrecido mejores resultados contables que la pública por razones que deberíamos analizar minuciosamente y no es posible abordarlo en tan corto espacio pero hay que reconocer la necesidad de la empresa pública en amplios sectores de la sociedad que no pueden someterse a la avidez del máximo beneficio. Una sociedad democrática debe disponer de un buen sistema público de salud y es de justicia garantizarlo gratuitamente pues todos los ciudadanos son titulares del derecho a la protección de la salud.
La sanidad y la educación publicas se universalizaron a finales de la década de los ochenta y nos podemos preguntar como pueden ser insostenibles, actualmente, con una riqueza siete veces mayor que la renta per capita de España en aquellos años. Asimismo habría que resolver, por ejemplo, cuestiones tan elementales como las que nos depara que determinados pensionistas puedan percibir más de 2.500 euros mensuales y beneficiarse de todo a coste cero mientras que un trabajador con un salario inferior a los 900 euros e incluso un parado tengan que abonar el 40% de los medicamentos.
España dedica a la Sanidad un porcentaje sobre su PIB inferior a la media europea. El problema, su deuda, es que no se le ha dedicado suficiente dinero. Se han elaborado presupuestos inferiores al gasto real. Es cierto que la incorporación de la población inmigrante y la longevidad demográfica han incrementado, en la última década, el gasto sanitario pero si nos interesa la sanidad, si queremos que siga siendo el principal soporte de nuestra política social debemos destinarle los recursos que precise. Buscar más fondos y emplear mejor los que se tienen.
Para abordar el gasto se han puesto sobre la mesa algunas medidas como, entre otras, la contraprestación económica, el copago, (o repago), que, en teoría, tiende a evitar el abuso en las visitas a los centros de salud por simples molestias. Se ha demostrado donde se ha aplicado que no aporta ninguna solución a la sostenibilidad del sistema pues genera una exigua recaudación y ocasiona males que, a largo plazo, serán más onerosos de solventar.
A mi entender la apuesta más eficaz es el uso racional, mejorar notablemente la gestión y los ingresos adicionales. Se deberían incrementar los impuestos generales y los que gravan el tabaco y el alcohol, que inciden más negativamente en la salud, para destinarlos, exclusivamente, a la sanidad. Las Comunidades Autónomas que tienen trasferidas las competencias deberían poner en práctica estas políticas. Creo que a pesar de las actuales y difíciles circunstancias nuestro sistema, que goza de un gran prestigio internacional, es perfectamente sostenible con mayor financiación y mejor gestión. Hemos gastado en sanidad lo justo y nos hemos excedido en infraestructuras innecesarias y deficitarias.

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