Por Francisco Sanchís Gadea
Tras la caída de Cataluña, Madrid y la zona Centro-Sur seguían resistiendo, según la consignas dadas por Negrin, hasta el golpe de estado perpetrado en la capital por el coronel Segismundo Casado durante los primeros días de marzo. Este acto -torpeza lo calificaron muchos- precipitó el final de la contienda. Confiar en la benevolencia de los vencedores solo podía ocurrir en la mente de alguien que como Casado había pasado gran parte de la guerra en la retaguardia o bien de quienes no quisieron participar en la guerra fraticida como Julián Besteiro.
A lo largo del mes de marzo de 1939, el puerto de Alicante se convirtió en la única salida para los republicanos que pretendían exiliarse de España. Habían conseguido zarpar algunos barcos, pertenecientes a navieras con las que el Gobierno Español tenía contratos de abastecimiento, con un número indeterminado de exiliados y desde algunos pueblos costeros habían salido numerosos pesqueros.
Manual Azaña había dimitido de la Presidencia de la Republica, el Presidente Juan Negrin, parte de su Gobierno y algunos dirigentes comunistas partieron el 6 de marzo desde el improvisado aeródromo de Monovar, la denominada posición Yuste, con destino a Francia. Todo ello explica que en los últimos días de marzo se produjera, en Alicante, una llegada masiva de gentes en retirada procedentes de todos los frentes con la esperanza de encontrar barcos franceses e ingleses que los iban a expatriar. Llegaban fuerzas de los ejércitos de Levante, Andalucía, Extremadura y Madrid, reuniéndose miles de personas en los muelles.
Los partidarios de la Junta de Defensa, de Besteiro y Casado, habían tomado el mando tras detener y encarcelar a los representantes del Gobierno de Negrin y no habían previsto ninguna actuación para la evacuación. La cruda realidad fue que, tan solo, se encontraban dos barcos amarrados en el puerto: el “Stambrook” y el “Maritime”; el primero era un buque carbonero inglés botado a principios de siglo, fletado a instancias de las gestiones realizadas por el diputado socialista Rodolfo Llopis que ya se encontraba fuera de España. Tras varias horas de angustia y negociaciones en el Gobierno Civil, el capitán del “Stambrook” ordenó levantar amarras tras embarcar, con gran riesgo, a más de tres mil personas, entre hombres, mujeres y niños, zarpando al anochecer del 28 de marzo con destino a Orán. Los pasajeros, hacinados por todo el buque, partían, temerosos y con lágrimas en los ojos, hacia el incierto exilio. A su llegada, estuvieron varios días retenidos en el buque, sin las mínimas condiciones de salubridad, hasta que las autoridades francesas les permitieron desembarcar y fueron confinados en centros de acogimiento y campos de concentración. El “Maritime”, mercante también británico, inexplicablemente, zarpó algunas horas más tarde, ante una desconcertada multitud, con tan solo una treintena de pasajeros, en su mayoría, personas relevantes y dirigentes políticos.
Posteriormente se siguió concentrando una muchedumbre de personas que después de tres días deambulando por el puerto, en condiciones infrahumanas, constataron que ya no había salida pues ningún otro barco había logrado salvar el bloqueo impuesto por la escuadra franquista, cundiendo el pánico y la desesperación, produciéndose algunos suicidios. La gran mayoría, solo unos pocos lograron escapar, fueron detenidos por las tropas italianas y trasladados a la plaza de toros, al castillo y al campo de concentración de los “Almendros”, habilitado en las afueras de la localidad.
El “Stambrook” fue el último barco, repleto de exiliados, que logró salir de España. Seria un buen ejercicio democrático que este año, septuagésimo aniversario de su partida, además de los actos conmemorativos que se vayan a celebrar, se le diera el nombre del mítico barco a alguna calle o plaza de la ciudad de Alicante.
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