Por José Fco. Guardiola Ferrando
Ya casi no nos acordamos de la peseta. Sin embargo, conviene recordar que hasta no hace mucho en pesetas se percibían los ingresos, hacíamos frente a los gastos y contabilizábamos nuestros ahorros. Era la base de nuestra economía y así, por ejemplo, los tipos de interés los aprobaba el Banco de España, las hipotecas se revisaban tomando como índice de referencia el MIBOR con M (de Madrid) y, en definitiva, nos manejábamos en pesetas, pensábamos en pesetas, nos entendíamos en pesetas y así hacíamos nuestros cálculos y medíamos el valor de las cosas.
Discurrían así los días cuando de repente alguien se nos presentó queriendo vendernos la burra. La verdad, parecía una buena ocasión que debíamos aprovechar. Así que, empezamos a negociar la compraventa. Y bien, resultó que tras un intenso regateo, la compramos por el precio final de 166 pesetas con 386 céntimos. Creemos que hicimos una buena compra. Más aún, todo el mundo lo pensó. Nos felicitamos y hasta le salieron pretendientes que se la querían llevar. La operación resultó ser tan exitosa que muchos hasta nos llegaron a decir que la habíamos comprado por calderilla.
Ahora, con el paso del tiempo, echando la vista atrás y a la vista de la situación económica y financiera actual, uno se pregunta cómo nos hubieran ido las cosas si no se hubieran dado dos fatídicas circunstancias en aquel momento:
La primera fue que la peseta dejaría de ser el sostén de nuestra economía o, lo que es lo mismo, dejaría de existir y que el importe de 166,386 pesetas casualmente pasaría a ser el valor de una nueva unidad monetaria que se nos imponía y que se llamaría euro.
La segunda cuestión fue que el euro, muy pronto y sin explicación posible lo empezamos a manejar como calderilla.
Ahora ha parido la burra. Esta es la situación que nos toca vivir y sin gobierno que la salve. La pobre burra, como el euro, ya es vieja y está cansada. En los últimos años les hemos dado mucho tute al euro y a la burra. Tanto monta.
Ya casi no nos acordamos de la peseta. Sin embargo, conviene recordar que hasta no hace mucho en pesetas se percibían los ingresos, hacíamos frente a los gastos y contabilizábamos nuestros ahorros. Era la base de nuestra economía y así, por ejemplo, los tipos de interés los aprobaba el Banco de España, las hipotecas se revisaban tomando como índice de referencia el MIBOR con M (de Madrid) y, en definitiva, nos manejábamos en pesetas, pensábamos en pesetas, nos entendíamos en pesetas y así hacíamos nuestros cálculos y medíamos el valor de las cosas.
Discurrían así los días cuando de repente alguien se nos presentó queriendo vendernos la burra. La verdad, parecía una buena ocasión que debíamos aprovechar. Así que, empezamos a negociar la compraventa. Y bien, resultó que tras un intenso regateo, la compramos por el precio final de 166 pesetas con 386 céntimos. Creemos que hicimos una buena compra. Más aún, todo el mundo lo pensó. Nos felicitamos y hasta le salieron pretendientes que se la querían llevar. La operación resultó ser tan exitosa que muchos hasta nos llegaron a decir que la habíamos comprado por calderilla.
Ahora, con el paso del tiempo, echando la vista atrás y a la vista de la situación económica y financiera actual, uno se pregunta cómo nos hubieran ido las cosas si no se hubieran dado dos fatídicas circunstancias en aquel momento:
La primera fue que la peseta dejaría de ser el sostén de nuestra economía o, lo que es lo mismo, dejaría de existir y que el importe de 166,386 pesetas casualmente pasaría a ser el valor de una nueva unidad monetaria que se nos imponía y que se llamaría euro.
La segunda cuestión fue que el euro, muy pronto y sin explicación posible lo empezamos a manejar como calderilla.
Ahora ha parido la burra. Esta es la situación que nos toca vivir y sin gobierno que la salve. La pobre burra, como el euro, ya es vieja y está cansada. En los últimos años les hemos dado mucho tute al euro y a la burra. Tanto monta.
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