Por Francisco Sanchis Gadea
Licenciado en Ciencias Matemáticas
La Navidad es la fiesta más importante del Cristianismo pues celebra el nacimiento de Jesucristo en Belén. Se inicia al final del tiempo de preparación o Adviento, 25 de diciembre, y finaliza con el Bautismo de Jesucristo.
Las celebraciones religiosas de este ciclo litúrgico han sufrido modificaciones sustanciales a lo largo de los años. Si nos remontamos a principios de siglo XX podemos constatar que desde el 16 al 24 de diciembre se escenificaban las nueve jornadas que realizó, de Nazaret a Belén, junto a San José, la Virgen María. En la Nochebuena se cantaban unos solemnes Maitines acompañados de órgano y misa de Natividad con masiva asistencia de oyentes. También se daba una gran presencia de fieles a la misa de Adoración, a primeras horas de la mañana, repitiendo dicha misa el segundo día, fiesta de San Esteban.
Tras la guerra civil tan solo perdura la misa de Nacimiento y la solemne de media mañana al igual que el día de San Esteban. Con el altar dispuesto, aderezado y el templo rebosante de fieles, se celebraba la Eucaristía del nacimiento del Niño Jesús y se daba adoración besando una imagen, con atributos reales, estilo del Niño Jesús de Praga de los padres Carmelitas.
La cena de Nochebuena no tenía gran esplendor, tan solo un modesto ágape a la vuelta de la Misa de los Maitines. Todo se reservaba para la comida del día siguiente que reunía a toda la familia sirviéndose un buen cocido de gallina y unos rellenos de magro picado, “pilotes”, acompañados de gran cantidad de, ”pastissets de moniato”, pasteles de boniato, pues el turrón, a modo popular, no aparece hasta la década de los cincuenta. Al final se realizaba un rezo de gracias y ruegos por los familiares difuntos.
Una de las tradiciones más populares es la que practicaban los niños el primer y segundo día de Navidad recorriendo, en grupo, las casas del pueblo, entonando canciones alusivas a la Navidad y recibiendo, a cambio, un pequeño obsequio en monedas, dulces o frutos secos. Este era el agasajo del “aguinaldo” costumbre romana de acompañar con regalos los buenos deseos en ocasión de determinadas fiestas.
La sociedad consumista ha impuesto diferentes hábitos pero los cambios más significativos son debidos, a mi entender, a los procesos por los que las sociedades modernas experimentan una perdida de influencia de la religión y sus instituciones ocupando ese lugar otras esferas. Ante esta situación la iglesia debe discernir entre lo que es fundamental y algún obsoletismo, inadecuado a las circunstancias actuales, buscando, aún hoy más con estos tiempos de necesidades, de lo especifico y necesario, con una acercamiento, profundo, a la sociedad, rectificando pequeños errores, explicando, minuciosamente, el Sermón de la Montaña y esa, llamémosla, técnica social del Humanismo Cristiano. La Navidad, debe de continuar siendo, para los cristianos, el misterio de la Encarnación y también, al igual que la Pascua o Pentecostés, un signo de identidad de nuestros pueblos que les permita conocerse a si mismos. ¡Feliz Navidad!
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